LA SOMBRA DEL AGUA

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miércoles, 11 de julio de 2007

Niño perdido


Se limitaba a forjar su pasado, estancada en un presente eterno para ella. Era una niña sin futuro, lo que comúnmente llamaban “un niño perdido”.
Y perdida estaba en aquel bosque de sombras, con sus uñas como única arma, y algunas cerillas como única luz.
Sólo se veía a sí misma, reflejada en aquella coraza fraguada a base de golpes, aislacionismo, desilusiones y autoengaños. Nunca le gustaron los puzzles, siempre se había considerado la pieza de más.
Ahora observaba cómo se desarrollaban los hechos desde más allá de su caja. Arrullada por esa monótona sucesión de interacciones, se fue quedando dormida.
Alguien más se había adentrado en la oscuridad de la floresta. Se trataba de un niño algo “menos experto” que ella. Tenía los ojos oscuros, como la fría corteza de los arboles que sorteaba.
Avanzaba pegando pequeños brincos con una amplia sonrisa en la cara y una suave tonada en los labios. Su caminar era liviano, casi sin hacer ruido, prácticamente flotando. Se detuvo en algún lugar entre la curiosidad y el asombro, reparando en aquella niña que reposaba hecha un ovillo sobre el enfangado suelo, rodeada de hojas muertas.
El vuelo de un pajarillo sobre el lo distrajo, pero en seguida se acercó a la muchacha y se arrodilló ante ella. El niño se llevó un dedo a los labios, y luego le despejó el pelo de la frente. Comenzó a cantarle a suave voz mientras le acariciaba.
La chiquilla sonrió en sueños, pero pronto regresó a su hibernal estado de letargo. El muchachito se dispuso a juguetear con las hojas, sentado a su lado, mientras continuaba susurrándole fábulas que el viento parecía llevarse.
Y así, se hizo mujer.
Miró con cariño a aquella niña que había sido su vida por última vez, le prodigó un beso infinitamente dulce en la frente, y se marchó tarareando nuevas melodías aprendidas en el bosque.
Su sonrisa era ahora menos amplia… pero más profunda.
La niña alargó la mano como para aferrarse a algo. Despertó con violencia y sus azules ojos buscaron con ansia la compañía percibida, sólo a medias, en visiones. Se hallaba sola, sola otra vez.
A sus pies encontró un corazón de cristal. Estaba roto. Su dueño… un niño.
El niño de sus visiones para el que ella no había estado. No a tiempo. La niña dudó un instante.
¿Debía echar a andar?
Permaneció de pie sin efectuar ningún movimiento, y, sumida en su abstracción, se percató de unas huellas de hombre dibujadas sobre el barro.
Sin embargo, sólo suspiró.
“Se limitaba a forjar su pasado, estancada en un presente eterno para ella. Era una niña sin futuro, lo que comúnmente llamaban “un niño perdido”… con sus uñas como única arma, y algunas cerillas como única luz”.

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